No somo dueños de nada, ni de nosotros mismos. Nos movemos por impulsos que el corazón ordena cuando la cabeza nos frena. Obedecemos ordenes de aquello que se mueve por sentimientos y no por pensamientos. No controlamos nuestro cuerpo ni nuestra mente, somos movidos como hoja que mueve el viento. Somos títeres de nuestra irracionalidad que nos empuja a actuar en la obra prima de nuestra imaginación. Realizamos el papel de verdugo o el de sacrificado, unas veces ejecutamos y la mayoría somos condenados. Condenados a cadena perpetua en la cárcel de nuestro pensamiento, que reacciona cuando todo ha pasado y nos tortura hasta matarnos. No nos quita la vida, pero nos quita nuestro tesoro más preciado. El afecto, el cariño, el querernos a nosotros mismos. Nos tortura hasta que eso desaparece y donde solo florece lo que en prados no crece. Las raíces de la tristeza, el tallo de la desesperación y los pétalos de la desolación. La rosa más poderosa. Que crezca o desaparezca solo depende de ti, de regarla con las lágrimas del sollozo o de cortarla de raíz con las armas que hay dentro de ti.
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